domingo, 3 de noviembre de 2013

Arreando ovejas

_Ya Alberto!, Poncho!, son más de las siete, vayan a buscar las ovejas antes que oscurezca_ dijo mi papá. Partimos, no se veía ni señas de lanudos hasta donde la visual nos permitía distinguir. Subimos unos cien metros hasta la orilla del canal y el Poncho me dice: _Ya, tú te vai hacia el bosque y yo hacia el cementerio. Nos juntamos aquí mismo más tarde. Me tinca que en una hora deberíamos encontrarlas_. No sé si me daba más miedo recorrer el bosque o el cementerio, lo cierto es que mientras más esperábamos menos luz tendríamos y más tenebrosa se pondría la situación. Igual la sentí como una propuesta condescendiente, porque el tema del “hombre-chancho” estaba sonando fuerte en el ambiente, y se decía que dormía en el cementerio, en una tumba antigua. Comentaban que era un hombre que de noche se desfiguraba adquiriendo rasgos de cerdo, cabeza, piel… bajaba al pueblo y raptaba jóvenes.
Caminé con los últimos rayos de sol en mi espalda y la fría brisa crepuscular en mi rostro, la gran cantidad de eucaliptus del bosque difícilmente me dejarían ver ovejas…más aún que mi destino tenía de por medio una quebrada; de modo que en el preciso instante que caminaba, allá debería verse re poco. Siempre pensé que de todo el reino animal la oveja era el más tonto de todos, le puedes dar una tonelada de pasto verde y fresco, pero su instinto le obliga a caminar y caminar…un bocado aquí, otro más allá y así y así nos vamos alejando hasta el punto de hacerme pasar por esta situación, que me hacía enfrentarme a la más indecorosa cobardía que en algún lugar de mi conciencia mantenía escondida.
Habría caminado recién unos trecientos metros y comenzaron los problemas. Unos cincuenta metros más arriba, ya por sobre el canal de regadío llamado El Lorino, pero en la misma dirección, estaba la muy conocida “cuestecilla”. Camino habitual para las personas del campo en sus travesías por el cerro. En sentido opuesto al mío, o sea acercándose, un personaje desconocido, llamativo, ermitaño…chaquetón café, sucio, barba negra descuidada, cabello largo, morral café…casi se mimetizaba contra el marrón oscuro del cerro. Ni idea de su edad, la rudeza del clima se encarga de ponerle a los eremitas muchos más inviernos que los que su humanidad sobrelleva.
La pugna entre mi ángel valiente y el cobarde fue raudamente favorable al temeroso. _Me voy_ dije, _lo más probable es que mis papás me prefieran sano a mi antes que a un rebaño de ovejas_, me autoconvencí. El alma más cercana estaba como a medio kilómetro y cualquier grito mío sería inoficioso.
Unos segundos de quietud permitieron que el hombre avanzara algunos metros más, me volví para emprender el regreso. En el rabillo del ojo mantuve permanentemente la imagen del hombre, veía su espalda ya con dificultad puesto que la negrura avanzaba sin tregua. Llegué al lugar en que nos encontraríamos y ahí me quedé. Preocupado por mi hermano. Claro está que el canal estaba de por medio…pero de todas maneras.
Pasó más o menos una hora y partí…”al cementerio los pasajes”. Sólo sentía los azotes de Guayacanes y Tebos sobre mis pantalones, ni los pies distinguía, pero terreno habitual lo paso con holgura, sólo teniendo cuidado de no irme al canal, que por bajo que sea me sacaría del propósito. A la segunda loma, de cuatro que son, escuché los silbidos del Poncho…silbidos de arreo. Segundos después se comenzaron a distinguir las ovejas, claro que no por donde se suponía, venían más arriba, por la cuestecilla, por el mismo camino que transitaba el que reprimió mi búsqueda. En faenas como esta ya sabes que se conversa al final, de modo que crucé el canal y me planteé en los recodos apropiados para que los animales llegaran pronto a su corral y desocuparnos.
 _¿Dónde las encontraste?_, pregunté, _En el cementerio…me pilló la noche y no aparecían, estaba casi por devolverme cuando vi que al interior del recinto, entre las tumbas, andaban ramoneando pasto y flores…ni modo!, me tuve que meter no más. Si no fuera porque me ayudó un “viejo frastero” que pasó por allí todavía estaría corriendo tras ellas_ ,sentí cómo mis pelitos del brazo y de la espalda se erguían y como que se separaran mis células…en medio de una sensación de bajeza y vergüenza indescriptible. 



“Valiente mi hermano pos gancho”, igual de repente me “hacía leso” y yo “agarraba papa”. Tenía 12 primaveras, el Poncho 13.

Semanas después se supo que los pacos habían capturado al hombre-chancho. Desde el mismo cementerio lo sacaron…aparecieron fotos en el diario “La Voz” de Llay Llay. Aparecía con su morral café, su chaquetón inmundo…y su barba negra.

Samoht Kire